Spider-Car | Auto-araña
On the awful fallout of wrongful accusations. Sobre lo feo, feo, feo, que es acusar sin razón. La traducción al español sigue el original.
Spider-Car
On the awful fallout of wrongful accusations.
I don’t like spiders for many reasons: their measured, Machiavellian movements, the way they appear and disappear, their sticky residences, their very itchy bites. I especially don’t enjoy the moral conundrum in which they bind me when they decide to occupy my home —do I share my apartment with it or do I live with the guilt of murdering for comfort? I usually take the coward’s route and outsource the excommunication to Gyan. Then I supervise over his shoulder, demanding that he not harm it.
A rather fearsome specimen took residence in my car’s sideview mirror, between the glass and the little plastic ledge. I had noticed same cobwebs linking the mirror to my front-door handle when approaching the car, but didn’t think much of it. I helped Natto get into position between the two front seats, watching out the front window with the rigidity and purpose of a ship figurehead. As I shut my door, the corner of my eye caught a wildly vibrating dot. Upon closer inspection the dot turned out to be a spider sent on a wild ride thanks to my indiscriminate door shutting. I sucked air through my teeth and apologized to the spider, assuming that the Great Door Shut of 2024 would be, to a spider, cataclysm enough to consider relocation.
To my surprise, as I turned on the car and put it into gear, the spider crawled back up its web and tucked itself into the groove between the mirror and its plastic casing. I checked on it every other stop light or so, but the spider held on the entire way to the park.
By the third day of this, the spider and I had gotten into a routine. I would let Natto into the back seat on the passenger side, ensure that the spider wasn’t anywhere near the driver’s door handle, and slam myself into the driver’s seat, quickly but gently shutting the door. As soon as I turned on the engine and put down the e-break, I waited for the spider to tuck into its preferred travel spot before taking off. If I’m being honest, I did not much care for this routine. I only put up with it because I figured the life expectancy of a spider would ensure I was back to just one pet within the week.
Three weeks later the spider was still going strong, and I started to think it might be time to start addressing my avoidant style of conflict resolution. When I parked underground for a week, I wondered out loud whether it had enough to eat. If rain threatened and I had to park outside, I tried to position the car under a tree, to minimize the spider’s exposure to the elements.
I had sat down after the usual protocol when I noticed sticky webs in the car. I felt betrayed. I looked at the spider, back outside, and made a cross with my fingers, as a warning not to annex indoor territory. The outside, I thought we had agreed, was her realm, and the inside mine. That night I told Gyan of the spider’s betrayal, of how she had crossed a line and then must have felt bad because by the time I’d noticed, she was back to her regular watchtower. Gyan did not have much to say about this.
I debated whether to evict the spider far longer than I care to admit. The situation came to a head just yesterday. After getting into the front seat and watching the spider take position, the four of us (Gyan, Natto, the spider, and I) started on our way home. Just as I was picking up speed, I looked to check my rearview mirror and, to my absolute horror, came face to face with a second spider crawling down from it. I let out a yelp that panicked both Gyan and Natto, and swerved into a mercifully clear lane (this accomplished nothing, the spider was still inside the car). Split between not wanting to be over-dramatic and not wanting to be the new spider’s landing pad, I pulled into the nearest plaza, my eyes dating around for the now-missing spider.
I parked, pulled the e-break, and dove out of the car. Gyan and Natto, still in their seats, looked out at me, a mix of pity and concern.
“Well? Where is it?” Gyan said.
“I don’t know. I don’t know. I hope not on my head,” I patted my hair, curly, perfect for spider nests.
“Did it go up or down?”
“I don’t know, it’s a spider, they can go any which way and fly and teleport!”
“Ah, found it.”
“Ew, ew. I can feel it on me.”
“Well, it’s right here. I’ll get rid of it.”
“Okay, okay, but don’t kill it.”
I heard a deep sigh. He got out of the car.
“Where are you going?” I asked.
“To get us some ice cream, you panic-pulled into a Dairy Queen.”
“Oh, okay. Can I get an Oreo Blizzard, please?”
“Coming right up.”
I put my hands on my knees and peered inside the car. I looked around and saw no evidence of any spider, dead or alive. I got in, first one half of my butt, then the other. I looked to my left and saw the original spider, still in her traveling position.
“Sorry about the wrongful accusation,” I said “I saw a web, assumed it was you.”
Gyan returned carrying two Blizzards. It was raining when we got back home, so I did my best to park as close to the two big trees on the street as possible.
Auto-araña
Sobre lo feo, feo, feo, que es acusar sin razón.
No me gustan las arañas por muchas razones: sus movimientos calculados y maquiavélicos, ese hábito de aparecer y desaparecer, sus residencias pegajosas, sus tarascones que pican. Tampoco disfruto del dilema moral en el que me meten cuando deciden ocupar mi hogar: ¿comparto mi departamento con una o vivo con la culpa de matar por comodidad? Suelo tomar la ruta cobarde y delego la excomunión a Gyan. Luego superviso desde atrás de su espalda, exigiendo que no la lastime.
Un espécimen temible ha ocupado mi espejo retrovisor lateral, entre el vidrio y el pequeño borde de plástico. Había notado unas telarañas que conectaban el espejo con la manija de la puerta delantera al acercarme al coche, pero no le di mucha importancia. Hice entrar a Natto, quien se posicionó entre los dos asientos delanteros, mirando al frente con la rigidez y propósito de una figura de proa. Al cerrar la puerta, vi un punto que vibraba salvajemente. Inspeccioné más de cerca y descubrí que era una araña que había sido lanzada en un viaje violento gracias a mi cierre de puerta. Aspiré aire por los dientes y me disculpé con la araña, asumiendo que el Gran Portazo del 2024 sería, para ella, lo suficientemente catastrófico como para catalizar su mudanza.
Para mi sorpresa, cuando arranqué el coche y lo puse en marcha, la araña trepó de nuevo por su telaraña y se acomodó en la ranura entre el espejo y la carcasa de plástico. La vigilé en cada parada de semáforo, pero la araña aguantó firme todo el viaje hasta el parque.
La araña y yo entramos en rutina a eso del tercer día. Hacía pasar a Natto por el lado del pasajero, me aseguraba de que la araña no estuviera cerca de la manija de mi puerta, y me lanzaba al asiento del conductor, cerrando la puerta con rapidez pero mucho cuidado. Encendía el motor, bajaba el freno de mano, y esperaba que la araña se acurrucara en su rincón de viaje antes de arrancar. Si te soy honesta, no disfrutaba mucho de esta rutina. Solo la toleraba porque pensé que la expectativa de vida de una araña resolvería el problema sin maniobra mía.
Tres semanas después, la araña seguía firme, y comencé a preguntarme si no era hora de enfrentar mi pernicioso hábito de evitar conflictos. Cuando aparqué en un garaje subterráneo por una semana, me preocupé en voz alta por la araña, por si tendría suficiente para comer. Si amenazaba la lluvia y tenía que estacionar afuera, intentaba posicionar el coche bajo un árbol para minimizar su incomodidad.
Un día me senté en el coche después del protocolo habitual cuando noté telarañas dentro del auto. Me sentí traicionada. Miré a la araña, de vuelta en su rincón y crucé los dedos como advertencia de que no anexara territorio dentro del auto. Que pensé que habíamos acordado que el exterior era su reino y el interior, el mío. Esa noche le conté a Gyan sobre la traición de la araña, sobre cómo había cruzado un límite y luego debió sentirse mal, porque cuando lo noté, ya había vuelto a su panóptico de siempre. Gyan no tuvo mucho que decir al respecto.
Estuve debatiendo el desalojo de la araña mucho más tiempo del que me gustaría admitir. El tema llegó a un punto crítico ayer. Después de sentarme en el asiento del conductor y ver cómo la araña tomaba su posición, los cuatro (Gyan, Natto, la araña y yo) comenzamos nuestro camino de regreso a casa. Justo cuando empezaba a acelerar, miré para revisar el espejo retrovisor y, para mi horror absoluto, me encontré cara a cara con una segunda araña que bajaba sigilosamente. Grité, asustando a los pasajeros, y desvié el coche hacia el otro carril (no sirvió de mucho, la araña seguía adentro). Al no querer ser demasiado dramática ni convertirme en la plataforma de aterrizaje de la araña, me desvié hacia el negocio más cercano.
Estacioné, puse el freno de mano y salí disparada del coche. Gyan y Natto, aún en sus asientos, me miraban con una mezcla de lástima y preocupación.
—¿Y? ¿Dónde está? —dijo Gyan.
—No sé. No sé. Espero que no esté sobre la cabeza —me toqué el pelo, enrulado, perfecto para nido de araña.
—¿Subió o bajó?
—¡No sé, es una araña, puede ir en cualquier dirección y volar y teletransportarse!
—Ah, la encontré.
—Qué asco. La siento encima.
—O sea, está acá. Ahora me ocupo.
—Bien, bien. Pero no la mates.
Escuché un suspiro profundo. Gyan salió del coche.
—¿A dónde vas? —pregunté.
—A comprarnos un helado, terminamos frente a una heladería.
—Ah, bueno. ¿Me traés uno de Oreo, por favor?
—Cómo no.
Puse las manos sobre las rodillas y miré dentro del coche. No vi evidencia de araña alguna, ni viva ni muerta. Me subí, y apoyé tentativamente un lado del trasero, luego el otro. Miré a mi izquierda y vi a la araña original, aún en su posición de viaje.
—Perdón por la acusación —dije—. Vi una telaraña y asumí que fuiste vos.
Gyan regresó con dos helados. Estaba lloviendo cuando llegamos a casa, así que hice lo posible para aparcar lo más cerca de los dos árboles grandes de la calle.
"If rain threatened and I had to park outside, I tried to position the car under a tree, to minimize the spider’s exposure to the elements." LOL!!!!!!