Jerarquía Inestable | Unstable Hierarchy
Disensión en el reino animal | Dissension amongst the ranks. English translation follows the original.
Jerarquía Inestable
Disensión en el reino animal
Suspiro y me preparo para lo que se viene. Natto, mi Shiba Inu de cinco años, está parada a unos cinco metros de mí, observándome. Son las 9:30 de la mañana, tengo reunión en media hora y, gracias a mi obsesión con los ocho vasos diarios, necesito urgentemente un baño. Sus ojos, dos almendras entrecerradas por la concentración, intuyen mi urgencia. Intento disimular, me levanto del banco lentamente, finjo estar abstraída mientras observo a los otros perros con sus dueños. Me llega el olor húmedo del mantillo que cubre el parque de perros, el mantillo sobre el cual un Beagle se revuelca panza arriba, exponiéndose para quien lo quiera olfatear. Detrás de mí oigo alguna especie de Bulldog, su respiración preocupante. Hay una Caniche negra, con moñitos rosas; como si estuviera atada con una correa invisible, no se aventura más de dos metros de su dueña anciana. Encuentro nuevamente a Natto, que sigue mi mirada, llevando a cabo su propia inspección del parque. Sabe de mi disimulo, sus orejas triangulares y erguidas en atención, su cola un rizo perfecto.
Saco de mi bolsillo una bolsita plástica, repleta de hígado disecado. Natto se relame pero, adivinando mis intenciones, mantiene su órbita. Intento acuclillarme, redoblando la presión sobre mi vejiga, sabiendo muy bien que Natto mantiene su distancia no por la imposición de mi metro y pico de altura, sino por insubordinación. Extiendo el pedacito de hígado, la realidad de mi inoperancia cada vez más evidente. Ella acecha, se acerca lentamente, intercalando entre mirar mi mano derecha y su conquista en mi mano izquierda. El segundo en que sus dientes reclaman su premio, y mientras mi mano baja torpemente para agarrar su arnés, ella dobla sus orejas para mayor aerodinámica, se gira con imposible agilidad y sale disparada fuera de mi alcance. Maldiciendo por no haber comprado un Gran Danés, renuncio a la posibilidad de evitar una guerra sucia.
Recojo su correa roja y cruzo el parque dando zancadas. Salgo por la primera cerca, pero no me permito mirarla por el rabillo del ojo hasta haber pasado y cerrado la segunda. Ella, inmóvil, olfatea el aire para encontrarme en el aire fresco de otoño. Aunque la distancia la hace borrosa, y su color rojizo se entremezcla con las hojas caídas, alcanzo a escuchar su protesta ante mi abandono. Seguro que ahora me sigue, me digo, mientras algo me hace pensar en Elmer Gruñón. Ella se acerca un poco en mi dirección, yo en la de ella. Desde afuera del área para perros le abro la primera cerca, e intento tentarla con dos trocitos de hígado. Sus ojos rebotan entre la cerca, el hígado y yo. Luego de una velocísima deliberación, corre en la dirección opuesta y se pierde entre los árboles del parque.
Miro mi reloj, son las 9:45. La diviso bajo la sombra de los árboles donde se mantiene firme mientras entro nuevamente por las cercas. Me acerco, y aunque sé que antropomorfizar los animales es ingenuo, juro que ríe. Abandono todo disimulo y me acerco hacia ella. Amago izquierda y derecha y ella, con precisión y elegancia de esgrimidora, mantiene en todo momento sus tres metros. Me resigno a tener que llamar reservas (mi novio), cuando el sonido de la apertura de una bolsa de galletas para perros nos llega a ambas. Natto gira su cabeza violentamente e, identificando la fuente del sonido, traga saliva. Una mujer rubia de unos treinta y tantos en calzas de gimnasia y un chaleco de North Face elogia a su Golden Doodle sin sospechar nada. Horrorizada, veo cómo Natto junta velocidad y, como un misil, se abalanza sobre la rubia y el Doodle. En el inevitable impacto, trocitos de galletitas, sin duda orgánicas, vuelan por todas partes. La mujer y su Doodle se encuentran desparramados, en shock mientras que Natto carroñera aspira lo que logra encontrar. Descaradamente le pido a la víctima si no puede por favor agarrarla a mi perra, ya que está ahí, tan cerca. Ella, algo aturdida, tantea y logra agarrar a Natto, a quien poco le importa la captura considerado el botín. Le agradezco su sacrifico a la muchacha y con mi cara más encendida que el paisaje, sujeto la correa al arnés y comenzamos nuestro regreso. Anticipando mi deseado reencuentro con el baño, intento convencerme de que mi capacidad de subcontratar la captura de mi perra es lo que me asegura mi posición elevada en la jerarquía animal.
Unstable Hierarchy
Dissension amongst the ranks
I sigh and brace myself for what's coming. Natto, my five-year-old Shiba Inu, is standing about five meters away from me, watching me. It's 9:30 in the morning, I have a meeting in half an hour, and, thanks to my obsession with eight daily glasses, I urgently need the bathroom. Her eyes, two almond-shaped slits narrowed in concentration, sense my urgency. I try to play it cool, I get up from the bench slowly, pretending to be distracted as I watch the other dogs with their owners. A waft of damp mulch reaches me, the same mulch on which a Beagle rolls back and forth, exposing itself to anyone who wants to sniff him. Behind me, I hear some sort of Bulldog breathing heavily. There’s a black Poodle with pink bows who, as if tied with an invisible leash, she doesn’t venture more than two meters from her elderly owner. I find Natto again. She’s following my gaze, conducting her own parallel inspection of the park. She knows I’m faking disinterest, her triangular, erect ears on alert, her tail a perfect curl.
I take a plastic bag out of my pocket, filled with dried liver. Natto licks her lips but, guessing my intentions, keeps her distance. I try to squat down, increasing the pressure on my bladder, aware that Natto maintains her distance not because of my imposing height but out of defiance. I extend the piece of liver, my incompetence becoming more apparent by the second. She stalks, slowly approaching, alternating between eyeing my right hand and her prize in my left hand. The moment her teeth claim their reward, and as my hand clumsily drops to grab her harness, she folds her ears for greater aerodynamics, turns with impossible agility, and darts out of my reach. Cursing myself for not buying a Great Dane, I give up on a clean fight.
I pick up her red leash and stride across the park. I exit through the first gate but don’t allow myself to look back until I’ve passed through and closed the second one. She stands still, sniffing the air to find me in the fresh autumn breeze. Although the distance makes her blurry, and her reddish color blends with the fallen leaves, I can hear her protest my abandonment. Surely now she’ll follow me, I tell myself, as something makes me think of Elmer Fudd. She moves a little in my direction, and I move toward her. From outside the dog area, I open the first gate and try to tempt her with two pieces of liver. Her eyes dart between the gate, the liver, and me. After a lightning-fast deliberation, she runs in the opposite direction and disappears among the park trees.
I check my watch, it's 9:45. I spot her under the shade of the trees, where she stands firm as I re-enter through the gates. I approach, and although I know anthropomorphizing animals is naïve, I swear she’s laughing. I abandon all pretense and move toward her. I fake left and right, and she, with the precision and elegance of a fencer, maintains her three-meter distance at all times. I resign myself to calling in reinforcements (my partner), when the sound of a treat bag being opened reaches us both. Natto jerks her head violently and, identifying the source of the sound, swallows hard. A blonde woman in her mid-thirties, wearing leggings and a North Face vest, is praising her Golden Doodle, unaware of what's coming. Horrified, I watch as Natto picks up speed and, like a missile, launches herself at the blonde and her Doodle. In the inevitable collision, bits of dog treats, undoubtedly organic, fly everywhere. The woman and her Doodle are sprawled out, shocked. Natto scavenges whatever she can find. Abandoning any semblance of decorum, I shamelessly ask the victim if she can please grab my dog, since she’s so close. Somewhat dazed, she reaches out and manages to grab Natto, who no longer minds being caught considering the loot. I thank the woman for her sacrifice, and with my face redder than the autumn landscape, I attach the leash to the harness, and we begin our walk back. Anticipating my much-desired bathroom trip, I try to convince myself that it’s my ability to outsource the capture of my dog that secures my high position in the animal hierarchy.
Natto es tan kokoro que duele 😀
I think also Natto ranks quite high in the animal hierarchy!