Excursión al museo | Museum Excursion
Un doctorado no implica cultura | A doctorate does not guarantee culture. English translation follows the original.
Excursión al museo
Un doctorado no implica cultura
Ruth y yo estamos quedando dormidas en los asientos. Llevamos meses estudiando para los exámenes comprensivos del doctorado, método anticuado de tortura que consiste en una sesión de ocho horas de preguntas escritas, seguida de dos horas de defensa oral. Por ósmosis, he aprendido todo sobre la nasalización de las vocales, y Ruth puede recitar cada última influencia del bestiario medieval, desde San Ambrosio hasta Isidoro de Sevilla.
El estupor nos aplasta, la visión se vuelve borrosa. Ruth sugiere un paseo. Sus palabras me llegan como si bajo agua, pero asiento lentamente. A dónde vamos, pregunta. Si la que propuso el paseo fuiste vos, contesto. En el museo de la esquina hay entrada gratis, dice ella. ¿Ese de los vasos y macetas? Sí, el de cerámicas.
Llegamos al museo. Caminamos sala tras sala, observando tazas, vasos, teteras, y algún que otro animal inmortalizado en porcelana. Atravesamos salas, buscando no sé qué, aumentando velocidad para llegar más rápido. Más tazas, vasos, teteras y algún que otro hombrecito de cerámica.
Una guardia, casi escondida detrás de una vitrina en la sala de cerámicas del siglo XIX, duerme a pierna suelta, desmoronada sobre una silla plegable. Cada veinte segundos, deja escapar un ronquido. Ruth y yo ignoramos los tesoros que nos rodean para observarla un rato, fascinadas. Luego de unos minutos la mujer comienza a babear y Ruth y yo optamos por volver al estudio.
Cambia el huso horario, a las cinco de la tarde es de noche cerrada. Camino por la galería de arte. Sin rumbo, me detengo frente a un cuadro de imponente, infinito azul. El cuadro pellizca algo inconsciente en mí, desprendiendo y permitiendo subir a la superficie algo que prefiero bien enterrado. No visito la galería para sentir, no señor. Me alejo del cuadro. Atravieso salas hasta toparme con una pared blanca con un desfibrilador encuadrado en rojo, mucho menos acusador que el cuadro azul. Me acerco, aún ofendida por la emboscada azuleana, y en un azote de rebeldía tomo la manija de la casilla y tiro. Inmediatamente suena una alarma y aparece un guardia. Me mira con el ceño fruncido; yo cierro la casilla y pido disculpas. Pensé que era una instalación, digo. Las instalaciones tampoco se tocan, dice. Tiene razón, es que a veces me olvido.
Museum Excursion
A doctorate does not guarantee culture
Ruth and I are dozing off in our seats. We’ve spent months studying for our PhD comprehensive exams, an outdated torture method involving an eight-hour written session followed by a two-hour oral defense. By osmosis, I’ve absorbed everything about the nasalization of vowels, and Ruth can recite every last influence of the medieval bestiary, from Saint Ambrose to Isidore of Seville.
The stupor weighs on us, blurring our vision. Ruth suggests a walk. Her words reach me as if underwater, but I slowly nod. “Where to?” she asks. “You’re the one who suggested the walk,” I reply. “The museum on the corner has free admission,” she says. “The one with the vases and pots?”. “Yes, the ceramics one.”
We arrive at the museum. We walk through room after room, looking at cups, glasses, teapots, and the occasional animal immortalized in porcelain. We pass through the rooms, searching for who knows what, speeding up to get through it faster. More cups, glasses, teapots, and the occasional ceramic figure.
A guard, almost hidden behind a display case in the 19th-century ceramics hall, is fast asleep, sprawled out on a folding chair. Every twenty seconds, she lets out a snore. Ruth and I ignore the treasures around us to watch her for a while, fascinated. After a few minutes, she starts to drool, and Ruth and I decide it’s time to get back to studying.
Daylight Savings begins, and by five in the afternoon it’s pitch dark. I walk through the art gallery. Aimlessly, I stop in front of a painting—a striking, infinite blue. The painting pinches at something unconscious in me, releasing and allowing something I’d rather keep buried to surface. I don’t visit art galleries to feel, nope. I hurry away from the painting, crossing through rooms until I come upon a white wall with a defibrillator framed in red, a far less accusing picture than the blue painting. I approach, still offended by the midnight and navy ambush and in a rebellious impulse, I grip the handle and pull. An alarm sounds immediately, and a guard appears. He frowns at me; I shut the case and apologize. “I thought it was an installation,” I say. “You also shouldn’t touch installations,” he replies. He’s right, I just forget sometimes.
Love this line "I don’t visit art galleries to feel" haha
What is art on a wall compared to a fun prank?