Dumplings y telepatía | Dumplings and Telepathy
Sobre amistad, nuevos platos, y silencios compartidos | About friendship, new dishes, and shared silences. English translation follows the original.
Dumplings y telepatía
Sobre amistad, nuevos platos, y silencios compartidos
Mi amistad con Ruth se basa en dos pilares: la telepatía que nos permite mantenernos comunicadas sin palabra alguna, y nuestra obsesión con los dumplings. Como las traducciones al español de la palabra dumpling me resultan casi ofensivas (bolas de masa hervidas, ravioles al vapor), los llamamos por su nombre inglés. Cuando ella me visita en Toronto, no hay necesidad de acordar restaurante para nuestra reunión; solo puede tomar lugar en Mother’s Dumplings en el barrio chino. Este año nos encontramos en Montreal, localidad inexplorada en el sentido dumplingesco. Sin embargo, al caminar por el Plateau dimos con un cartel de neón, con una canastita de vapor de bambú y tres dumplings dentro, por lo que entramos de una.
Para mi sorpresa, figuraban en el menú los xiao long bao, dumplings de sopa. Había visto un programa de cocina donde hacían el plato. La receta aprovecha que, al enfriarse, la sopa a base de hueso se gelatiniza, y puede ser cortada en cubitos y empaquetada en masa semi-transparente. Al poner los paquetitos sobre el vapor, se cocina la masa y la gelatina vuelve a hacerse líquida, y los dumplings quedan listos para ser devorados con vinagre fragante y salsa de soja. Como nunca los había probado, insistí a Ruth que pidiéramos un plato de dumplings de sopa de cerdo y cilantro entre otros ya conocidos.
Mientras esperábamos nuestros platos, se nos sentó a pocos centímetros una pareja y vimos ir y venir a un robot, un Wall-E mesero que originaba en la cocina, atravesaba las mesas, y se sentaba a esperar con canastitas y vasos y servilletas encima.
Como es tradición, me quemé con el primer dumpling de tofu, hongos y zanahoria. Estaba aún masticando con la boca abierta, intentando tragar air para aliviar la lengua quemada cuando llegaron los dumplings de sopa. Ruth me alzó una ceja a modo de advertencia, por lo que apoyé la cabeza sobre la mano, mirando cómo subían los voluptuosos espirales de vapor. La mujer de la pareja sentada a nuestro lado hablaba como si quisiera que nosotras opináramos sobre variados temas: su trabajo, sus amigas, sus padres. Ruth y yo nos dimos por vencidas y pasamos a escuchar la conversación de ellos para pasar el tiempo.
Cuando la cantidad de vapor emanando de los dumplings se redujo, me abalancé sobre el de sopa, lista para deleitarme. Con palitos tomé la parte superior del paquetito, donde quedó cerrado por un repulgue que jamás podría imitar, y lo posé entero sobre una cuchara onda y algo incómoda. Bañé el dumpling con salsa de soja y vinagre, y mordí. No se me ocurrió sorber al tiempo que mordía, por lo que el otro lado del dumpling se rajó. Fluyó sopa del dumpling cual agua de un dique, como en esos programas de televisión donde muestran grandes fallos de la ingeniería, el chorro disparándose y terminando dentro de mi vaso de agua. Me las arreglé para tragar el resto de mi dumpling y limpié lo derramado con una servilleta. Cuando la mesera pasó a ver qué tal estaba todo, no llegué a abrir la boca ni señalar al vaso de agua saborizada que asintió con la cabeza y reemplazó el recipiente en minutos. Sucede frecuentemente, me dijo.
Ruth y yo resumimos la cena, ella contándome de posibilidades de trabajo en otros países, yo procurando morder delicadamente la masa para no hacer llover trocitos de nada. También resumió la conversación la pareja de al lado. La mesera, ayudada por el robot, les trajo sus canastitas de bambú. Sin haber aprendido de mi error, el muchacho sin esperar mordió un dumpling de sopa. Esta vez el chorro de sopa cayó directamente sobre los pantalones blancos de su pareja, que soltó un grito algo así como el de un gato mojado.
—Siempre te las arreglás para mandarte alguna cagada
—¡Pero si no lo hice a propósito!
—Sin embargo, tengo los pantalones arruinados
—Lo siento, se escapó la sopa por un costado del dumpling
—¿Y convenientemente terminó sobre mis pantalones blancos?
—Convenie—¿qué?
—¡Hasta desde ahí te las arreglás para causar problemas!
—Y bueno, seguro que en el baño hay una toalla
—¿TOALLA? ¡NO SABES NADA!
Ruth y yo aumentamos la velocidad, tragando dumplings para evitar la posibilidad de decir algo. La mujer se levantó de la mesa.
—No estoy enojada con vos, solo con la situación
El chico asintió, con un dumpling suspendido entre palitos, a mitad de distancia entre la mesa y su boca, sin saber si morder o no. La chica esquivó las mesas rezongando, y dio otro grito cuando el robot mesero falló en su recorrido y la acorraló en una esquina. Su novio vio pasar todo esto en la reflexión de la ventana y se le escapó una risa incómoda que intentó asfixiar inmediatamente. Miró su dumpling, alzó las cejas, y se lo puso entero en su boca. Lo tragó, intentando una y otra vez no reír. Incapaz de concentrarme sobre los planes de Ruth ofrecí un consuelo insulso
—Los contenidos de mi dumpling terminaron en el vaso
El muchacho nos miró, como quien encuentra oasis en un desierto.
—¿No? Salen disparados por cualquier lado
Ruth y yo asentimos con gravedad, y yo pellizqué la servilleta que había quedado empapada luego de mi primer intento con el dumpling y me encogí de hombros.
Esto lo calmó, por lo que volvió a su canasta de bambú con gusto, permitiéndose reír un poco más abiertamente. Ruth y yo volvimos a las nuestras.
—¿Pedimos la cuenta?
—¿Antes que vuelva y éste le cuente que le dimos la razón?
—No doubt.
Dumplings and Telepathy
About friendship, new dishes, and shared silences. English translation follows the original.
My friendship with Ruth rests upon two pillars: the telepathy that allows us to communicate without words and our obsession with dumplings. When she visits Toronto, there's no need to decide on a restaurant for our annual reunion; it can only take place at Mother's Dumplings in Chinatown. This year, we met in Montreal, a city unexplored, dumpling-wise. As luck would have it, while walking through the Plateau we came across a neon sign with a bamboo steamer basket and three steamed buns inside, so we walked right in.
To my surprise, xiao long bao (soup dumplings) were on the menu. I had seen a cooking show where they made the dish: the recipe takes advantage of the fact that when bone-based soup cools, it gelatinizes, and can be cut into cubes and wrapped in semi-transparent dough. When the little packages are placed over steam, the dough cooks, and the gelatin turns liquid again, leaving the dumplings ready to be devoured with fragrant vinegar and soy sauce. I had never tried them, so I insisted that we order a plate of pork and cilantro soup dumplings, along with other known favourites.
While we waited for our dishes, a couple sat down a few inches away from us, and we watched a robot, a Wall-E-like waiter, move back and forth from the kitchen, crossing tables and stopping to wait with baskets, glasses, and napkins on top.
As is tradition, I burned myself with the first tofu, mushroom, and carrot dumpling. I was still chewing with my mouth open, trying to swallow air to ease my burned tongue when the soup dumplings arrived. Ruth raised an eyebrow in warning, so I rested my head on my hand, watching voluptuous spirals of steam rise. The woman from the couple next to us spoke as if including us in her conversation: her job, her friends, her parents. Ruth and I gave up on our own chat and listened to theirs to pass the time.
When the steam emanating from the dumplings diminished, I pounced on the soup ones. I used chopsticks to grab the top of the little package, where it had been sealed with a pleat I could never replicate, and placed it whole on a deep, somewhat awkward spoon. I doused the dumpling in soy sauce and vinegar and bit into it. It didn’t occur to me to slurp as I bit, so the other side of the dumpling burst open. Soup flowed from the dumpling like water from a dam, like on those TV shows that feature major engineering failures, with the stream shooting out and landing in my glass of water. I managed to swallow the rest of the dumpling and wiped up the spill with a napkin. When the waitress came to check how things were, I hadn’t opened my mouth nor pointed at the now-flavored water before she nodded and replaced it. It happens often, she said.
Ruth and I resumed our eating, with her telling me about job possibilities in other countries and me trying to delicately bite into the dough without making tiny bits rain down everywhere. The waitress, aided by the robot, brought the loud couple their bamboo baskets. Having ignored my catastrophic encounter with the soup dumpling, the man bit into his right away. This time, the jet of soup landed directly on his girlfriend's white pants, causing her to let out a sound much like that of a wet cat.
“You always manage to screw something up.”
“But I didn’t do it on purpose!”
“And yet, my pants are ruined.”
“I’m sorry, the soup slipped out the side of the dumpling.”
“And conveniently ended up on my white pants?”
“Convenie—what?”
“Even from over there, you manage to cause problems!”
“Well, I’m sure there’s a towel in the bathroom.”
“A TOWEL? YOU KNOW NOTHING!”
Ruth and I sped up, shoveling in dumplings to avoid the possibility of saying anything. The woman got up from the table.
“I’m not mad at you, just the situation.”
The man nodded, holding a dumpling suspended between chopsticks, halfway between the table and his mouth, unsure whether to bite or not. The girl weaved between tables, muttering, and let out another hiss when the robot waiter malfunctioned and cornered her. Her boyfriend saw the whole thing reflected in the window and let out an awkward laugh that he immediately tried to stifle. He looked at his dumpling, raised his eyebrows, and popped it whole into his mouth. He swallowed, trying repeatedly not to laugh. Unable to focus on Ruth's plans, I offered a weak consolation.
“The contents of my dumpling ended up in my glass.”
The guy looked at us as if he had found an oasis in the desert.
“Right? The soup shoots out everywhere.”
Ruth and I nodded gravely. I showed him the napkin that had been soaked during my own battle with the dumpling and shrugged.
This calmed him down, and he happily returned to his bamboo basket, allowing himself a chuckle here and there. Ruth and I returned to ours.
“Shall we ask for the check?”
“Before she comes back and he tells her we agreed with him?”
“Yep.”
This story reminds me of when I was young and had some sort of thelepathy power that allowed me to read my friends' minds, win a lottery ticket at the age of 7 ( my Dad used it to buy a car), and locate 2 houses my parents were desperetaly looking for. I wish I could recover the telepathy power lost long ago! The soup ejected from the dampling also reminds me of an anecdote while breast feeding my baby.................. yes! Right into the guy sitting next to me while we were both waiting for our documents to be signed by the ministry of education.
Esta historia me recuerda cuando yo era joven y tenía poderes telepáticos o algo similar que me permitían adivinar el pensamiento de mis amigas, o ganar un ticket de lotería a la edad de 7 años ( my padre compró un auto con ese dinero), y localizar casas mis padres no podían encontrar. La sopa eyectada del dumpling me recuerda a una anecdota mientras amamantaba a mi bebé............ sí! Justo en el ojo del tipo que estaba sentado al lado mío esperando que nos firmaran los documentos en el ministerio de educación.
Esos dumplings diabolicos.